Carta a un Gladiador





Odio dedicarte palabras que no llegarán a tus oídos, mensajes que no llegarán a su destino.

Y aunque mande gritos al vacío, te escribo, te escribo para impregnar estas páginas con tinta de agua salada, la única que quedaba en el almacén por desgracia.

Seguro que estarás de camino a Roma, con lanza en mano, dispuesto a enfrentarte a los mayores temores del ser humano, yo solía animarte, pero esta vez no podré hacerlo desde el palco, no podré ondear mi pañuelo cada vez que levantes el puño como símbolo de victoria.

¿Recuerdas cómo me pasabas aquellas cartas bajo mi puerta? Eran la alegría de mis oscuras noches.

Sólo tenía una vela encendida en mi casa, pero llegabas tú en forma de papel con tus palabrería, tus gracias, con tus hazañas que en ocasiones me dejaban maravillada, y aunque no podía escuchar tu voz, me lo imaginaba, incluso me imaginaba tus ojos azules verdosos brillar mientras escribías, y aunque hubiera querido pasar días calurosos bajo la sombra de cualquier olivo con tu mirada en mis labios, en el fondo agradezco nuestras charlas, y siempre guardaré estas cartas en aquel baúl roído.

Sólo pude contemplarte una vez, bailamos bajo el foco de la luna, el escenario era nuestro, y dejamos que nuestros cuerpos se movieran al compás de nuestras risas, de nuestros besos, de aquellos deseos que ardían dentro de nuestras caricias, ya que nunca se consumieron.

Pero nos hemos matado, somos asesinos de nuestra propia historia, historia que una vez fue endulzada con caramelo pero que acabó con sangre desbordando por todos sus extremos.

Si aquella bomba no hubiera explotado nuestras manos aún seguirían entrelazadas, pero dejamos que la pólvora nos destruyera, que convirtiera en pedazos nuestro templo, nos enfrentamos a un destino tan masoquista que ambos ni si quiera nos inmutamos, sin saber que podríamos habernos salvado si sólo hubiéramos ido al refugio que había en esa calle a la derecha.

Me estoy reconstruyendo en mi pequeño taller, intento unir partes mías que daba por perdidas hace meses cuando te conocí; no miento, al principio cuesta que encajen, pero con el tiempo se moldearán, estoy segura de ello.

Siempre serás un Gladiador, siempre te levantarás ante el público del Coliseo, responderás a sus cánticos y a sus aplausos, harás que todo el suelo brille con cada paso tuyo, y aunque nunca me hablaste de tus batallas, podía ver tu relato en aquellas cicatrices, tu rostro desfigurado por las zarpas de aquellos leones, pero no dejabas que eso te detuviera, incluso con la pierna rota, con la boca sangrando o el pecho atravesado, siempre me mostrabas la mejor de tus sonrisas.

Gracias Gladiador por esta aventura, una anécdota incompleta para muchos, y probablemente también para ti, pero tranquilo, recordaré a perpetuidad aquello que me dijiste bajo las ruinas de aquella ciudad:

“Pedes in terra ad sidera visus”.





No hay comentarios:

Publicar un comentario